Las Casas del Pueblo constituían espacios de encuentro entre trabajadores donde se realizaban actividades de muy diverso tipo; fundamentalmente eran lugares de concienciación política, de debate, de formación, de alfabetización, lugares de cultura. Se ponían en común recursos y se organizaban acciones o simplemente se incentivaba el encuentro: desde la simple e improvisada conversación o discusión política hasta la organización metódica de reuniones, conferencias, charlas y mítines. Eran espacios para difusión de ideas y para la formación de una conciencia de grupo.

Algunas Casas desarrollaban una labor cultural y educativa esencial en una España profundamente desigual con elevadas tasas de analfabetismo. Así, disponían de servicios de biblioteca, escuelas para adultos y para los hijos de los obreros, empleando metodologías laicas y racionalistas. En ellas, se fomentaba la vida sana a través del deporte o se creaban grupos de teatro o de coros. Constituían soluciones, desarrolladas con un enfoque experimental, que respondían a claras necesidades sociales de las comunidades en las que se establecían. Unos trabajadores escuchaban y creaban alternativas para otros trabajadores. Un caso. Imaginen que existe una biblioteca en la Casa del Pueblo; sin embargo, mucha gente no puede disfrutarla porque no sabe leer. ¿Qué hacer? Se organizaban, por ejemplo, servicios de lectura a domicilio.

Las Casas del Pueblo funcionaban también como lugar de encuentro social y de esparcimiento; el café, como lugar de convivencia era un elemento clave. Pero no solo eso, hablamos también del desarrollo de economatos y de cooperativas de consumo, en algunos casos de farmacias, mutualidades y consultorios médicos y dispensarios, o de servicios de consultoría jurídica para atender las reclamaciones obreras.

Siguiendo modelos de otros países europeos, se crearon hasta 900 Casas antes de la Guerra Civil situadas en espacios céntricos y emblemáticos de muchas ciudades y pueblos. Posteriormente muchas se convirtieron en Casas de la Cultura.

Si volvemos la mirada a nuestros días, tras 40 años de democracia, una vez superado el periodo oscuro de la dictadura, podemos reconocer que muchas de las aspiraciones reflejadas en las actividades de las Casas del Pueblo, se han convertido en ejes nucleares del sistema social y político en que vivimos. Educación, sanidad, por citar dos de los elementos clave de las reivindicaciones sociales, aparecen reconocidos y “garantizados” en nuestra Constitución. Hoy en día hay consensos sociales que, de alguna manera, consolidan algunas de aquellas aspiraciones. Sin embargo, lejos de lo que pudiera pensarse, las visiones progresistas de nuestro mundo son cuestionadas en muchos casos con agrios debates en el propio seno de los movimientos sociales y políticos de izquierda. Es casi un lugar común plantearse cuál es el futuro de la socialdemocracia, de la izquierda, desde las distintas sensibilidades en las que se desenvuelve.

Si bien todos acordamos social y políticamente que la educación es esencial en nuestra sociedad, las visiones para llevar a cabo este objetivo son radicalmente distintas, haciendo más que indispensables, unas políticas progresistas que escuchen las demandas sociales e innoven para progresar en las aspiraciones que ya se apuntaban hace más de un siglo.

Una manera de revisar esta cuestión parte del propio rediseño de qué deberían ser esas “Casas del Pueblo” en nuestro tiempo, cuando muchos de los servicios que proveían, son ahora cubiertos por nuestro Estado.

Lanzo la propuesta de imaginar esos lugares como “laboratorios ciudadanos” de nuestro tiempo. Como indica Antonio Lafuente:

“Un laboratorio es un espacio, una cultura y una comunidad. Un espacio porque debe haber un lugar más o menos reservado, físico y/o virtual, que permita reunir personas, acoger dispositivos y sostener proyectos.”

Partiendo de este enfoque señalo algunas claves que pueden servir para repensar en nuestro tiempo el diseño de lo que una Casa del Pueblo podría llegar a ser.

Espacios para la generación de comunidades

Constituirían espacios de comunidad más abiertos y transversales. Lugares no destinados únicamente a militantes y simpatizantes, sino expuestos a la hibridación con la vida de los barrios en que se desenvuelven, lugares permanentes para la escucha y para la formulación de nuevas preguntas, desde una mirada crítica e inclusiva. Espacios para el optimismo fundamentado en la aspiración de cambio social, artefactos para la co-creación de respuestas para la transformación política, reconectando la representación institucional con la participación política ciudadana.

La política de partido nos ha acostumbrado demasiado a proporcionar respuestas, consignas, argumentarios, sin tener claras en ocasiones las preguntas a las que responden y cómo las responden. “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, afirmaba Benedetti.

Espacios de escucha

Lugares de conexión radical con la ciudadanía, abiertos a la calle, espacios de atracción y convivencia. Sin barreras a la entrada de nuevos conocimientos y experiencias. Espacios acogedores para entablar conversación y generar conocimiento a través de las historias.

Espacios abiertos no únicamente en términos de aspiraciones políticas, sino recuperando el componente emocional y las experiencias de la ciudadanía y, traduciéndolas, en un proceso conjunto cuando así sea oportuno, en acciones políticas de transformación social.

Espacios de aprendizaje

Si hace un siglo mucha gente no sabía leer y la alfabetización era un reto clave ¿qué alfabetizaciones son necesarias hoy en día: la digital, la que nos prepara para los nuevos modos de participación ciudadana, por ejemplo? ¿Y si esas casas ciudadanas fueran lugares donde aprendiéramos juntos, haciendo ciudadanía? Espacios para la gestación de proyectos en una dinámica de abajo a arriba.

Fotografía: «Medialab Prado» con licencia CC-by-sa

Espacios de experimentación

Espacios donde seamos capaces de asumir riesgos de imaginar y de hacer en la práctica; de probar soluciones y de trasladarlas al ámbito de lo público.

La política es el espacio de lo posible, no de una mera gestión entendida como el mantenimiento de un status quo que en algún momento quedó fijado y es reproducido de manera regular. ¿Podrían las Casas del pueblo convertirse en el espacio donde nuevas formas de gestión y de relación con la ciudadanía se ponen a prueba?

Innovar en política es esencial, para no repetir una y otra vez los mismos errores. Esas casas ciudadanas podrían actuar como espacios de experimentación de propuestas que fueran escalables en ámbitos de decisión mayores.

Espacios de participación

¿Podrían, como anticipaba anteriormente, entenderse las Casas del Pueblo como escuelas de participación? Ensayando modelos mixtos donde la política institucional, representativa, se complemente con las formas de participación ciudadana que con creciente interés proliferan en todo el mundo. La participación es el principal recurso para un partido que quiere aprender y mejorar sus propuestas políticas. Es sobre ella que podremos articular comunidades y capacidad de movilización, deliberación y potencial para producir y experimentar con nuevos proyectos.

Espacios de hibridación

Las Casas del Pueblo entendidas como laboratorios ciudadanos conformarían un espacio híbrido, transversal, donde se combinaran distintos tipos de saberes, donde conectan personas diversas, donde se dialoga en lo presencial pero la presencia se extiende a través de lo digital.

Espacios de tecnología

Espacios provistos de tecnologías con fines participativos, democráticos. No se pueden entender las nuevas Casas del Pueblo sin la tecnología como medio clave para una relación abierta, sostenible, inclusiva, que se extienda más allá de unas horas de encuentro presenciales o más allá de unos horarios de apertura. Con todo la pura tecnología no basta, es preciso evitar brechas de acceso, al tiempo que brechas asociadas a las competencias digitales necesarias para aprovechar al máximo las oportunidades que se ofrecen. Se deben proporcionar alternativas para aquellos sin acceso a Internet, proporcionando bien alternativas físicas o bien incidiendo en la formación y ayuda para realizar los procesos.

Espacios de innovación ciudadana

En definitiva las nuevas Casas del Pueblo han de ser lugares creativos, de aprendizaje y escucha, al tiempo que generativos de nuevas ideas, propuestas, proyectos… Todo ello sitúa la idea de la innovación en un lugar central del nuevo concepto. Una innovación que se dibuja en diversas dimensiones: innovación ciudadana, innovación social, innovación pública. Una innovación que la organización política debe fomentar desde enfoque de abajo a arriba, permitiendo que proyectos de la ciudadanía emerjan, pero también desde un enfoque de arriba a abajo, empleando este instrumento, como forma de activar la participación ciudadana, cuando sea precisa, para contribuir a resolver retos en las instituciones públicas, retos para contribuir al bien común.

Espacios que no son espacios

Las Casas del Pueblo son espacios que deben dejar de serlo para lanzarse a la calle y vivir en los barrios. Deben ser un espacio acogedor y acotado, al tiempo que trascender sus propios límites para convertirse en un actor presente en la vida vecinal, reconectando con la ciudadanía.

 

Las Casas del Pueblo fueron lugares emblemáticos de la acción y del pensamiento socialista y progresista en nuestro país, lugares que hoy en día sirven probablemente mejor que ningún otro símbolo para repensar en positivo qué debe ser la socialdemocracia, la izquierda abierta y reformadora en el siglo XXI, sin ortodoxias y reivindicando el valor de la experimentación y la asunción de riesgos en la acción política. Unas nuevas Casas del Pueblo que podrían convertirse en laboratorios ciudadanos abordando los retos contemporáneos de un mundo que nos exige nuevas alfabetizaciones.

Fotografía: «Interactivos?17″ por Medialab Prado con licencia CC-by-sa