En los últimos años se ha extendido la creencia de que la izquierda necesita renovarse. Tras una década de duras experiencias en Europa, se llegó a la convicción de que muchos de sus planteamientos tradicionales ya no respondían a lo que de ella esperaba la ciudadanía, y quizá tampoco a sus propios principios. La izquierda se traicionó a sí misma. Y como consecuencia de ello, nuevos movimientos han aparecido con mucha fuerza para intentar abrir un nuevo tiempo en este espectro político. E incluso, el nacimiento de espacios de diálogo y reflexión como este se puede interpretar como un síntoma de este proyecto de redefinición de identidad colectiva.
Sin embargo, a pesar de las admirables intenciones que llevan a los ciudadanos a reorganizarse en nuevas plataformas, partidos o espacios de discusión, a veces nos sentimos huérfanos de criterios para saber cuándo se está avanzando realmente en el proyecto de la izquierda de nuestro tiempo. Para que un diálogo como el que hoy se presenta sirva a sus objetivos no basta con su creación, ni tampoco con que en su desarrollo se aseguren las condiciones que permiten una verdadera discusión, sino que es necesaria una guía que nos indique si se avanza en el camino propuesto.
En este sentido, me gustaría proponer una pauta que guíe nuestro diálogo y que se puede construir a través de dos conceptos elaborados por el filósofo francés Jacques Rancière. Nuestra experiencia de la comunidad está formada por ciertos objetos comunes y por ciertos sujetos que tienen la potestad de hablar de ellos. Por ejemplo, en una comunidad historiográfica, los sujetos habilitados para constituirla son aquellas personas con estudios en la materia y los objetos comunes son hechos y sucesos del pasado. En esta comunidad no se tratarán, por ejemplo, las posibles soluciones a los problemas de movilidad de una ciudad, ni tendrán posibilidad de intervenir las personas dedicadas a los estudios aerospaciales, en tanto que tales. Es decir, toda experiencia comunitaria delimita qué sujetos pueden hablar y qué temas pueden ser abordados. Para toda comunidad hay temas que no pueden ser tratados y hay personas que no pueden intervenir en el diálogo. Y si ya no pensamos en una comunidad científica, como la que se acaba de mencionar, sino que abordamos la comunidad que forma un país, la comunidad europea o incluso la comunidad global, cabe preguntarse ¿qué temas y qué personas no pueden ser parte del diálogo de la comunidad?
En este sentido, Aristóteles afirma que los hombres son seres políticos porque poseen la palabra que permite poner en común lo justo y lo injusto, mientras que los animales solo poseen el grito, que expresa el placer o el dolor y que nunca puede ser puesto en común. Mientras que los seres humanos poseen palabra deliberativa, los animales solo ostentan expresión de agrado o desagrado. En la democracia griega, solo los ciudadanos eran hombres, pues solo ellos podían discutir sobre lo justo y lo injusto, mientras que las mujeres, los esclavos y los artesanos eran simples animales, ya que sus voces jamás intervenían en el diálogo efectivo. ¿Quiénes quedan fuera de nuestra comunidad de diálogo hoy?
Pues bien, Rancière, en obras como Politique de la littérature (2007), distingue entre “política” y “policía”. Con “política” no se refiere ni al ejercicio del poder, al gobierno, ni a la lucha por el poder. No basta con que haya poder ni con que haya leyes para poder hablar específicamente de “política”. Para que un acto sea político se requiere que el grito de un animal se convierta en la voz de una persona, que la palabra jamás escuchada se convierta en el sujeto apto en el diálogo de nuestra comunidad. Mientras que el acto policíaco se refiere a la mera gestión de la situación existente, a la continuación de los sistemas y las estructuras heredadas. La política ha de hacer visible lo que era invisible y a quien era invisible.
La izquierda no necesita buenos gestores ni grandes burócratas, necesita política. Para que este diálogo sea fructífero ha de fijarse como objetivo dotar de palabra a aquellas y aquellos a quienes se les niega y hablar de lo que lo que no se puede hablar. La izquierda y las casas del pueblo que la forman deben pensar lo imposible.